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La partida

Bajo el sol te pertenezco
me enseñas tu juego,
tus reglas.

Primero que te bese,
centímetro por centímetro,
hasta la locura.

Segundo, que te extrañe
que te piense
y te escriba.

Tercero que te llore
que me entiendas
y me beses.

Que me beses,
centimetro por centímetro,
hasta la locura.

Cuarto, que te pierda
que te exija
y que vuelvas.

Y que todo se repita, incesantemente,
hasta el más dulce delirio
o hasta que me rinda.

Miedo a la muerte II

Entonces comprendo, que la clave no es aceptar la muerte, sino aceptar el mismísimo miedo. 

Miedo a la muerte

Son solo dos palabras y sin embargo hay un abismo de distancia. Un pronombre y un artículo que son un muro entre el problema y la solución, ya que el miedo nace en la vida y sucumbe con la muerte. O quizás, surge de una vida que es no-vida, que es un paréntesis constante con aclaraciones varias, con pensamientos rebuscados que tuercen lo que realmente pasa en ese instante. Una vida entrelíneas, escondida en los recónditos espacios que quedan entre cada palabra. El miedo a la muerte resume  la paradoja de el miedo a frustrarse, y la frustración de tener miedo. Es el temor de lo que no pasa, de lo que pasó y lo que suponemos que pasará. Es todo, todo aquello que lastima y eventualmente implosiona en nuestro ser en la palabra más siniestra que conocemos: la muerte


Miedo a la muerte I

"En otras palabras, miedo a la muerte, que en el fondo no es probablemente distinto de decir: miedo a vivir" (Paul Auster, Diario de invierno)


Y entendí, por primera vez el porqué de este asunto. Entendí y sin embargo sigue doliendo, pues entender es solo un pequeño paso hacia la superación.

¿Cómo comenzó? Con una partida. Un vacío. Un renglón en blanco en el cual tenía que seguir escribiendo mi historia, pero estando sola, extraviada, no hice más que garabatear. Garabateé con ira en tinta y la hoja se deshacía en mis manos. Escribía insultos mal escritos,  palabras asustadas que se estremecían de tan solo reconocerse, escribí mi muerte incluso -y poco a poco perdía la vida- en un intento desesperado de comprenderla
Entonces como desastre de magia dejo que escriban por mi, y momentáneamente olvido lo que acaba de suceder. Cegada de amor, del primer amor, el más ciego y más puro, dejo que continúen la historia y por primera vez es hermosa y cautivante pero no es mía. Las letras quedan justas e incómodas en los renglones y la caligrafía comienza a resultarme cada vez más ajena, y los vanos intentos de apropiarme de ella generan en mí un nuevo vacío. Me indigno e intento tomar las riendas de la situación e intento reescribirlo todo. Tacho y borro y mis manos están negras de orgullo, de tanto intentarlo, de desesperación de recuperar lo que es suyo. Tacho y borro. Esta catástrofe autobiográfica es finalmente mia.