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La Espera

Hoy comienza el invierno y eso me pone un poco triste. Es que me acomodo en el sillón, lo más cerca de la estufa, y recuerdo aquel invierno en el que Eugenia me encontró. 


Mamá murió cuando yo tenía apenas unos meses, a papá nunca lo conocimos, así que mi hermana mayor y yo quedamos solos en la casa abandonada. Al principio no estaba tan mal, yo era demasiado pequeño como para entender de ausencias, así que prácticamente lo único que hacía era jugar con ella. Era una casa inmensa, de cuatro habitaciones, un parque inmenso en la entrada con dos arboles y muchos arbustos. Por supuesto que estaba venida abajo, pero las paredes húmedas, la pintura resquebrajada, los pisos mohosos, los charcos de agua de pasadas lluvias... Pero aun así eramos felices. 

Ella salía todas las tardes a buscar comida por ahí, y volvía antes del anochecer. De vez en cuando me contaba alguna de sus aventuras. De los perros que la habían perseguido por dos cuadras, de lo

A ella la esperé unos dáis, yo solo recuerdo llorar y llorar. La busqué primero por las habitaciones, luego por el jardín, tras los arbustos, me asomé a las rejas de la entrada y tampoco la vi. Ella no me dejaba salir solo porque decía que yo era muy pequeño todavía, y yo no me atrevía a desobedecerle. Verán, no es que el el abandono de papá y la muerte de mamá me hubieran vuelto blando, pero yo sabía que era todavía pequeño para las amenazas que me esperaban afuera.

Creo que fueron 6 días después de su desaparición que finalmente decidí salir a buscarla. Es que yo no quería ser malo pero nunca se había ausentado más de un día y hacía frió y yo me estaba poniendo flacucho. Así que me decidí, junté valor, y atravesé las rejas. Apenas hice unos pasos cuando un auto gigante ( podría jurarlo, de esos que tienes que mirar al cielo para encontrar al chofer y que lleva muchas personas dentro) me asustó con un ruido descomunal. Entré corriendo a casa asustado y me fui a dormir, y decidí volver a intentarlo otra vez al día siguiente. Si mi hermana se enfrentaba a eso siempre que salía, yo también podría hacerlo.

Me despertó el hambre, que me quitaba poco a poco las fuerzas pero a la vez me daban m,ás valor para salir. Volví a intentarlo. Varios autos pasaron, pero de los más pequeños, de todo modos sabía que tenía que tener cuidado, sabía que eran peligrosos. También tenía que tener cuidado de los perros, y por las noches de los "pateadores", la pandilla que salía a dar patadas a todo lo que se le cruzara por su vista. Caminé la media cuadra sin miedo hasta llegar a la esquina y doblé, hacia la izquierda, llamandola a los gritos. Una cuadra más. La calle estaba vacía y me animé a cruzar. Una cuadra más. Y otra. Y una más. Pero no apareció, así que emprendí el regreso a casa. El camino de vuelta se me estaba haciendo muy lasrgo, pero pensé que era el cansacio. Mientras tanto yo seguía llamando ami hermana por si acaso apareciera. Llegó el anochecer y tuve que aceptar que me había perdido.

Esa noche dormí al resguardo de las plantas de un cantero. La tierra estaba húmeda y fría y yo tenía tanta hambre que creía que no podría conciliar el sueño. No lloré, no quería llamar a los pateadores nocturnos. Esa noche soñé con mamá.


Escucho pasos, el ruido de la llave, corro hacia la puerta a recibir a Eugenia, me toma en sus brazos y me frota en su pecho. Siento su cuello frío sobre mi pelaje y se me viene a la mente la primera vez que la vi. Aquel día era yo quien estaba frío.


Desperté la mañana siguiente y salí a caminar, esta vez sin cruzar la calle. Día unas vueltas a la manzana, llamando a mi hermana desesperadamente hasta que comenzó a llover. Había pasado una semana desde su partida, y la tristeza el hambre y el frío me estaban ganando. Lloré. Lloré bajo la lluvia varias horas. Lloré despacio y lloré fuerte. Lloré caminando por la vereda y buscando alguna bolsa de basura que escondiera algún alimento. Lloré a las copas de los árboles y a las personas que pasaban, hasta que finalmente apareció Eugenia.
Se acercó despacio y yo aún más, pero yo ya no podía temer, al fin y al cabo, ya había perdido todo. Acercó su mano, la olfateé, olía a las flores del patio de la casona. Se sacó su bufanda y me envolvió en ella y me posó sobre su pecho. Y esa fue la última vez que tuve frío.


Escucho una voz similar a la de mi hermana y salto sobresaltado de los brazos de Eugenia, corro hacia la ventana, pero no es ella. Pienso que a veces uno espera una cosa y encuentra otra. Pienso en mi hermana mayor y me pregunto si ella me estará esperado a mi. Y pienso que esperar es mucho, mucho mas doloroso cuando estas solo.