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Todas las mañanas, la noche.

Voy a escribir una vez más sobre vos. Pasaron años desde la última vez que lo hice.

Es que hoy desperté temprano, muy temprano. Ya era de día, decía el reloj. Seis y media, para ser más exacta. Ya te das cuenta por que voy a escribir sobre vos? Todas las mañanas la rutina era la misma. Me despertaba a las 6. Madre me preparaba un café que yo tomaba entre sueños. Me cambiaba, preparaba la mochila, y a las seis y media salía de casa, no sin antes escuchar a  madre reprocharme: que salís desabrigada, que por qué no te pones la bufanda, que para qué te compré la campera si no la usas. Yo no quería abrigarme tanto. La campera del colegio parecía ser talle L, me quedaba horrible, y yo quería verme linda para vos.
Seis y cuarenta pasaba por la puerta de tu casa. Durante meses nos hicimos los sorprendidos cada vez que nos encontramos, hasta que un día, entre risas dije algo así como ¡Qué casualidad encontrarnos todas las mañanas! No recuerdo exactamente las palabras que usé, pero sí me quedó grabada tu inocente mirada de reproche.  
Nos encontramos durante un año siempre en la misma esquina, bajo distintos cielos, entre risas, llantos, enojos. Te esperé al resguardo de la sombra del mandarino una primavera, y me esperaste jugando con sus hojas muertas un otoño.

Entonces... esta mañana despierto a las seis y media, me acuerdo de vos, y se me ocurre visitar aquella esquina.
El reloj parece mentir, ya que, cuando salgo a la calle, observo que el cielo todavía está negro, y se me ensombrece un poco tu recuerdo. En el trayecto, juego a no pisar las lineas, me prendo un pucho, diviso el mandarino y sonrío ansiosa. Cómo si, al repetir cada una de las pequeñas costumbres de aquellos tiempos, pudiera invocarte. Hace mucho frío, apenas unos tres o cuatro grados, y dejé la campera de polar en casa, pero las ansias de verte me abrigan una vez más.
Pero no estás esperando, claro que no. Una mañana oscura de invierno, diez años atrás, tampoco llegaste. Y desde aquel día todas las mañanas, la noche.



Segundas oportunidades.

Abro mis ojos, obligada por la luz blanca que invade el cuarto y que rebota entre ventanales, espejos, y metales. Existe algo más claro que el blanco? me pregunto. Esta habitación, seguramente. Mi piel es apenas un poco más amarilla que todo lo que me rodea, ese tono amarillento que expone la fragilidad de la salud, que dice acá esta sucediendo algo, o sucedió algo, y por si acaso estrecha fuerte a esta persona, quizás muera pronto y esta sea la ultima vez que la veas viva. Pero en este cuarto tan blanco, el tono amarillento me salva de desaparecer bajo las sabanas, o fundirme con las paredes. El color enfermizo de mi piel me da una temporal identidad, soy alguien, aparentemente frágil, posiblemente viva.

Hace unas horas, o unos días, lo que separaba la vida de la muerte era respirar, y sentir. Sentir el dolor, el dolor tan fuerte en el pecho, luego en las muñecas, el dolor de ver la sangre en el piso, de ver mi vida escurriéndose en las juntas de las baldosas, y finalmente nauseas, muchas nauseas y por eso yo sabía que seguía estando viva.

Como decía... unas horas, unos días, me gustaría saber cuanto tiempo pasó realmente, porque yo siento que han pasado tantos años, que he descansado años enteros. Pero mis muñecas están, todavía, vendadas, de modo que no puede haber pasado mucho tiempo desde aquel episodio.  Mi mano se contrae  torpemente, descubriendo, casi por casualidad, el movimiento. Ya no siento ese dolor en el pecho, tampoco en mis brazos. Por lo contrario, me encuentro bajo un estado generalizado de calma un tanto artificial (probablemente producto de los fármacos) pero no menos reconfortante.

La claridad cegadora se disipa poco a poco. Madre duerme en una silla a los pies de la cama, uno de sus brazos rodeándome los pies, como queriendo evitar que me escape. Probablemente no haya podido dormir durante mucho tiempo, puedo advertirlo por el color de sus ojeras, y su piel irritada de tanto llorar. Madre ha tenido siempre una piel de porcelana, y hoy pareciera estar rota. El dolor reaparece en pecho, esta vez mezclado con culpa. La culpa de no haber podido ser feliz todo este tiempo. De haberlo intentado veinte veces y no veintiún. De las malas decisiones, que poco a poco fueron partiéndome en pedazos, hasta haber terminado así. De no haber sabido explicar mi dolor, o no haber gritado lo suficientemente fuerte. Comienzo a llorar en silencio, sin fuerzas, y mi cuerpo se estremece.

Madre despierta, se incorpora, y me abraza, con la misma delicadeza con la que se le trata a un recién nacido. Me pregunto si puedo pretender, por lo menos por un rato, haber nacido hoy. Qué bello sería nacer así, tan aferrado a la vida.

(2) (el agujero)

30 de marzo del 2016.

Mañana es su cumpleaños. Hace dos días ya no hablamos. Esta es la primera vez que pasamos tanto tiempo sin hablar. Es para mi, la primer batalla ganada. Y con ganada, me refiero a que, por primera vez, he logrado contener mis lágrimas por tanto tiempo, y he evitado sucumbir una vez más al falso perdón. El problema es, no importa que tan mal te haya sabido tratar la persona de la cual estas enamorada, cuando se desarrolla ese vinculo de dependecia, y decides, de una vez, desligarte, te hallas con el verdadero monstruo.
Quién soy, sin él? Quién soy, sola, ínfima, ocupando apenas un pedacito de nuestra cama? Y quién soy, tres años después de haber dedicado mi vida a alimentar este vacío?
Pero eso ya no importa, porque en tal caso, he tomado una decisión. Luego de la última pelea, decidí que ésta vez él debía pedirme perdón ¿Por qué? Porque a mi simplemente ya no me quedan fuerzas para seguir cargando sus errores y los mios. Porque pesan tanto que incluso lo perciben los extraños. Me miran con condescendeica, a menudo me dan la razón cuando no la tengo. Me tratan con la desesperada delicadeza con la que se trata a un paciente terminal.

Son las 11.50 de la noche, él todavía no me ha pedido perdón y yo creo que aún hay tiempo. Tanto puede suceder en 10 minutos, y entre las infinitas posibilidades del destino, está la posibilidad de que finalmente deje su orgullo de lado y venga a pedirme perdón, arrepentido, quizás que una lágrima se le asome por sus ojos Si, eso me gustaría.
Solo faltan 5 minutos para su cumpleaños, siempre nos ha gustado festejar los cumpleaños. Nos hacemos regalos que exceden el presupuesto, vamos a un restaurante, llegamos a casa y hacemos el amor y dormimos abrazados. Solo debe decir una palabra, solo una palabra y todo esto habrá quedado atrás.
Faltan 4 minutos, y ya siquiera espero una disculpa sincera. El tiempo pasa cada vez más rápido, y me contento con hacer de cuenta, aunque sea por un instante, de que las cosas estan bien.
3 minutos. No le compré un regalo, que hay si me pide perdón? Y si me abraza por la espalda, y arrepentido, me promete que va a cambiar? Que no todo era mi culpa, no. Que hice lo que pude.
2 minutos. De todos modos no me va a pedir perdón.
1 minuto. El silencio de la casa es aplastante. Es cómo si de repente todos los objetos estuvieran de luto. Y de algún modo lo están.
Feliz cumpleaños, amor le digo en voz baja desde el cuarto. Gracias, amor me responde desde el living. Miro el agujero de la puerta una vez más, esta será una de las últimas. Me acerco y veo el reflejo de los ojos, calmos. Ha sabido entenderme. Hoy me voy le digo. El monstruo del agujero cierra los ojos con tal serenidad que comienzo a preguntarme si de verdad me entiende. Hoy me voy, hoy me voy, no aguanto más, susurro entre llantos.


(1) (el agujero)

Tengo 21 años, ya se lo que es amar. No necesito verlo en películas ni que me lo cuenten.
Hoy discutí una vez más con mi pareja. Estábamos acostados y de un minuto a otro él comenzó a gritar y yo a llorar. En la habitación en la penumbra él es inmenso, gigante, su sombra un monstruo que se agranda cada vez más a medida que sigue gritando. Su ira aumenta y la sombra se expande y me deja menos y menos espacio. Él ahora se levanta de la cama y agita los puños, golpea una puerta y la rompe. La sombra ya ocupa todo el cuarto y yo yazgo en posición fetal llorando en la cama, ahogandome en lágrimas de desesperación. Ruego, ruego que ese monstruo que tanto temo, se calme de una vez y me abrace. Lo amo. 
Yo sé que decirle, sé que quiere escuchar. Que es culpa mía y nada más que mía, que hice todo mal y sólo me está llevando más tiempo de lo normal aprender de su sabiduría. Entonces digo estas palabras mágicas, y la sombra se disuelve casi instantáneamente, él vuelve a la cama, me pide que lo abrace y se duerme en mi pecho. Es minúsculo cuando se apoya en mi pecho, no lo había notado antes.
Me desarmo del abrazo y me alejo de él, tan sólo unos centímetros. Miro la puerta rota, la puerta que pinté con el esmalte blanco que compramos cuando nos fuimos a vivir juntos. Hay un agujero un poco más grande del tamaño de su puño y veo los ojos del monstruo brillando en él. Me pregunto como voy a hacer mañana para taparlo. Me duermo.

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Un mes después, el monstruo sigue habitando el agujero de la puerta, que decidí no tapar. Por las mañanas lo miro de reojo, esperando alguna señal. 

No ha vuelto a ser así de terrible entre mi novio y yo desde aquella pelea, en parte, porque decidimos comenzar a fumar marihuana todas las noches para soportarnos. Y ha funcionado, si, pero como una especie de sedante. La marihuana solo evita el desenlace que está escrito hace meses. 
Pero esta noche ha sido una mala noche, una clienta me trató mal.

Y claro que es tu culpa, algo habrás hecho, el cliente siempre tiene la razón, no servís ni para vender gomitas, no servís para nada, sos una pelotuda, deja de llorar, porque lloras me tenes cansado no haces nada bien

El agujero en la pared

Callate flaca, deja de decir pelotudeces, ves que sos una boluda?

Otra vez esa sombra gigante

Es todo tu culpa 

Me mira amenazante

Perdon perdón es todo mi culpa, soy una pelotuda, tenes razón, quiero estar toda la vida con vos, perdón perdón es mi culpa

Ya no le tengo miedo

Perdón, por favor, vení, abrázame, te amo

No le tengo miedo

Quiero estar toda la vida con vos

No le tengo miedo.

(0) (el agujero)

Dónde comenzó la desdicha? En qué parte del camino me perdí?

Tengo 16 años. Una familia tipo. Ideal. Amigos, varios. Disfuncionales. Pero un grupo de amigos al fin y al cabo.

Estoy sola.

Estoy sola en mi cuarto, el reflejo de la luz azul del amanecer me aplasta. Siempre me gustó esa luz, que invade el ambiente sin pedir permiso, cada rincón del cuarto, cada cajón, cada una de mis prendas.

Siempre me gustó ese azul que recorre cada centímetro de mi cuerpo. Es aplastante, es real.
Las emociones me pasan desapercibidas cuando de felicidad se trata, se me escurren de las manos y se pierden.

Tengo 16 años, y me encontrado con una felicidad tan efímera que he aprendido a no contar con ella. Me confundo, porque soy joven, inmadura, y no se nada, nada, nada. Pero de esto estoy segura, si me tengo que aferrar a algo será a la melancolía, pues se donde encontrarla. Está siempre ahí, en la inmensidad azul de mi cuarto al amanecer. Aún cuando llueve. No. Sobretodo cuando llueve.

Tuve algún novio, me enamoré, si. No amé, pero eso todavía no lo he descubierto. He dicho te amo ya varias veces. He sentido las mariposas en la panza que absolutamente nada tienen que ver con el amor. Me queda mucho por recorrer y todo lo que se sobre el amor me lo han enseñado en las películas y los libros. Mientras tanto, digamos que amé a una que otra persona, que escribí mucho sobre ellas, y que fantaseé aún más. 

Fantasear ha sido un problema desde el comienzo, o por lo menos desde que empecé el secundario. Mi vida era ideal. Mis padres se conocieron unos 6 años de tenerme, y están juntos desde entonces. Se aman, ellos sí se aman y no pelean (al menos delante mío) y nada está mal en ellos, no hay nada para reprochar. Me han dado todas las libertades desde que tengo memoria y yo no se mucho que hacer con ellas. Pero no hay nada que reprocharles a ellos, si no se manejar mis libertades es culpa mía.
Mi vida es ideal. Mis padres son ideales y soy yo la que no sabe que hacer con ello.
En el secundario una chica me maltrata hace varios años, ahora estoy ya en tercer año, allí casi no tengo amigos así que leo mucho,lloro a veces en el baño y cuento las horas para irme con mi grupo de amigos. Es 2011, el bullying todavía no se conoce como tal y menos aún en un colegio de monjas de Capital, así que poco y nada hay para hacer más que resignarme. Un día elegí contárselo a mis viejos, mis viejos, los ideales.

No será que vos estas haciendo algo para que la chica te maltrate así?  me dicen

Nunca más menciono palabra al respecto, porque deben tener razón, tienen que tenerla. Entonces pienso, hay algo mal en mi. Si me trata mal, es mi culpa. 
Así que aprendo a vivir con estas situaciones, total, dos años más, termina el secundario y ya me puedo librar de estas cosas.

Pero algo está mal en mi, eso me queda .

Los sucesos de mi vida no me han golpeado con fuerza. No me han dejado tirada en el suelo de un minuto a otro. 
Mas bien, las adversidades fueron haciendo mella en mi interior. Como todo lo que crece de forma paulatina, no se percibe hasta que ya ha pasado mucho tiempo, y muchas veces, hasta que ya es tarde.

No quiero ser la víctima aquí, no todavía. Este es el principio de la historia, y yo soy una adolescente dramática que le encuentra algo poético a la tristeza, que ha leído a Hermann Hesse  más de lo que debería, y que se encuentra algo aburrida de su vida.
Claro que el bullying en el colegio me afecta, claro que es recurrente entre mis pensamientos esto de que algo estoy haciendo mal y no se qué, pero mi tristeza es desproporcional a mis problemas.
No pasará mucho tiempo hasta que finalmente las cosas cambien. Al terminar el secundario, saldré durante seis meses con un chico. Y luego, pasarán dos meses más hasta que, finalmente, me enamore de x. Y ahí surgirá la historia del agujero.






El tiempo pasa

y no pasa nada

más que el tiempo.

Tu ausencia

mis fantasmas

telarañas, colecciono.

Quizás un día

quizás un día vuelvas.

Y me limpies

telarañas

y espantes

los fantasmas

y finalmente, 

pase algo

más que el tiempo.