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Érase una vez una niña tan pero tan pequeña, que cabía en la palma de tu mano; que con la yema de tu dedo podías acariciarla.
Ella era del tamaño de un pulgar, ella era un mundo de energía. Ligera como el viento cuando la mirabas, pesada como el silencio cuando el sol caía.
Y en un charquito nadaba, cuando de emoción lloraba; y todos admiraban el movimiento inocente producto de su ritmo ausente y el tiempo danzaba a su alrededor.


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